jueves, 31 de marzo de 2011

Juan Carr

Contrario al aborto, a la eutanasia y a la "mano dura" que propone bajar la edad de imputabilidad para los menores delincuentes, el fundador de la Red Solidaria dice que la fragmentación social y la discriminación están incorporadas ya en nuestra vida cotidiana.



Se puede no coincidir con Juan Carr, o no compartir su mirada sobre el mundo. Es más, si no fuera porque hace diez años fundó la Red Solidaria y ayudó a través de esa organización no sólo a miles de personas con problemas urgentes sino también a crear conciencia sobre la miseria y la exclusión social, tal vez el contrapunto entre cronista y entrevistado hubiera sido interminable. Pero el monumental trabajo que realiza para ayudar a la gente necesitada y su sincera actitud de no juzgar siquiera a quienes viven como él no viviría imponen respeto y les dan siempre a las opiniones de este hombre de 43 años, casado y padre de cinco hijos, por lo menos, el beneficio de la duda.
Se puede no coincidir con él pero, más allá de las palabras, sus actos zanjan la diferencia. El, profundamente católico y tradicional, como se define, ególatra y omnipotente (otra pincelada de su autorretrato), es amigo de las diferencias.
Hace diez años,  lo entrevisté por primera vez para LA NACION, en la que sería su primera aparición en los medios, al fundarse la Red Solidaria. Las mismas dependencias de estas canchitas de fútbol, situadas en una parte nada paqueta de Vicente López, el lugar donde creció y aún vive, servían de sede para lo que entonces parecía un delirio de buenas intenciones y de desmesurada omnipotencia. Sumado eso a su verborragia proverbial -que sigue intacta-, uno podía temer que quien anunciaba la creación de una red para rescatar la cultura solidaria tardara muy poco tiempo en hacer de esa organización un templo de su egolatría, o peor aún, sólo quisiera usarla como mero trampolín para una inconfesada carrera política.
No fue así. La Red Solidaria es hoy una pieza clave en el entramado de la ayuda social de nuestro país y, aunque prácticamente todo el arco político le ha hecho ofrecimientos ("de vicepresidente para abajo, todos"), Juan Carr sigue dedicándole su vida entera a terminar con lo único que de verdad, dice, puede hacerlo enojar: la injusticia.
Sin embargo, en una década de trabajo solidario aprendió muchas cosas. Por ejemplo, a manejar con cautela sus declaraciones públicas, algo que lo lleva con frecuencia a responder con el piloto automático de las frases correctas, a ponerse el "cassette". Da trabajo sacarlo de ese lugar, sobre todo porque está acostumbrado y prefiere hablar en nombre de la Red Solidaria y no de sí mismo. Mientras conversamos, el celular suena o algún voluntario le acerca un papel. Uno de esos dice que las "Madres del dolor" llaman porque quieren hacer un homenaje para los chicos de Cromagnon este domingo en la cancha de River. Medido y todo como intenta ser, este tema lo saca: "Me duele, es una vergüenza: los dirigentes políticos, y no fueron sólo dos, sino todos, se ponen a discutir encima de los cadáveres de 200 chicos".
Cosechó muchos éxitos en estos diez años. Pero también fracasos: "Yo soy un tipo soberbio, pedante y arrollador que quiero transformar la realidad, pero la realidad todo el tiempo me humilla: siempre alguien se nos muere, no lo logramos, no fue posible. La realidad me baja la omnipotencia."

-Para usted la palabra de la Iglesia fue transformadora, ¿diría que es así en general?
-Comparado con la Madre Teresa no se salva nadie. La respuesta a por qué, al leer el mismo versículo del Evangelio, diez personas interpretan diez cosas distintas, yo no la sé. Pero tomé el mensaje de transformar el mundo y de combatir el hambre y es lo que trato de hacer ahora, como docente en La Cava y como profesional en los desarrollos de las huertas y las granjas tratando de combatir el hambre, que era mi obsesión cuando estudiaba veterinaria: generar más alimento para los que menos tienen. También recibí de los Pasionarios en el colegio San Gabriel, donde hice la Secundaria, esa mirada misericordiosa que te ayuda a entender que el otro, al igual que vos, también puede equivocarse, y eso a mí me permite avanzar mucho, porque si no la injusticia cotidiana me generaría mucho resentimiento.

-Los pobres serían las víctimas ¿y los responsables? -Voy a explicarlo así. Yo tengo algunas falencias y algunas omisiones, y hay injusticias en la Argentina y en el mundo de las que formo parte consciente o inconscientemente. ¿Qué quiero decir? Que si yo, que soy un tipo comprometido en cambiar la realidad, puedo pasar de largo ante una persona tirada en la calle (sería raro, pero pongamos), ¿por qué otros, que no están tan obsesionados como yo por la justicia, no van a olvidarse también? Si la pregunta es sobre la responsabilidad moral, bueno, mi respuesta fue fundar la Red. Pero yo no sé por qué no todos sentimos la misma responsabilidad y no creo que tenga derecho a meterme demasiado en eso. ¿Que si yo tengo un juicio crítico sobre la realidad? Y sí, claro que lo tengo.

-¿Cómo lo resumiría?
-A ver, hay 2000 mil milllones de pobres y 4000 millones que no lo son, ¿verdad? Bueno, los que estamos entre los 4000 seguramente tenemos algunas culpas a propósito de esa injusticia. Pero yo no soy quién para ponerme a repartir esa culpa.

-¿La experiencia de la Red le hizo conocer el dolor de una manera distinta?
-La red multiplicó lo que de algún modo ya conocía. Cuando empezamos, yo ya sabía lo que estaba pasando en la Argentina. Y empezaba a ver también que en el ámbito público y en el privado algunos de mis amigos, por ejemplo, empezaban a ocupar cargos de responsabilidad que tenían que ver con aquella Argentina de los 90. Empezábamos a ver que había una fiesta y pensábamos que, con esa Argentina despegada de la realidad en medio de tal miseria, la crisis estallaría en el 2003. Le erramos por dos años.

-En ese momento no se hablaba tanto de la pobreza.
-No, pero los que estábamos cerca de la realidad nos dábamos cuenta. Y te digo, si los que hoy tienen 35 años no empiezan a ocupar lugares en el ámbito público en los próximos cinco años, si no empiezan a hacerse cargo de la situación, bueno... (hace cuentas)... la próxima crisis es en el... 2018 . No es por ser agorero, es una cuestión de sentido común. Si hay 16 millones de pobres y a los que estamos mejor no nos preocupa que dejen de serlo... La Argentina está todo el tiempo cerca de la gloria y de la catástrofe; todo el tiempo volvemos a generar el Versalles criollo, y donde hay un Versalles hay una revolución francesa tarde o temprano. Son muy pocos todavía los que salieron a quejarse.

-¿Nunca tuvo miedo de que la cultura solidaria no transformara la realidad?
-Todo el tiempo tengo ese miedo. Terror tengo. En este país, millones de pobres no son violentos, se la bancan sin trabajo. Ahora bien, ¿cuánto tiempo puede durar un esquema así si nadie se hace cargo? En los 90 los argentinos éramos indiferentes al prójimo; después la miseria tomó tal estado público que se veía hasta en la televisión, lo veías en la calle, casi en la puerta de tu casa; entonces la gente reaccionó, dimos un paso: de la indiferencia a la emoción. Pero ahora, y esto me angustia, esta emoción tiene que convertirse en algo transformador. Sí, claro, tengo pavura de que todo se agote en la emoción.

-¿Y a usted no le interesa la política?
-Sí, pero no es mi vocación ocupar cargos políticos. De vicepresidente para abajo me los han ofrecido todos. De la izquierda moderada, el centro, la derecha, el radicalismo, el peronismo.


-¿Qué opina del Gobierno?
-Yo, como burgués profesional de clase media, no voy a tener problemas económicos con este gobierno ni con ninguno. Es más, nunca voté por mis intereses en ninguna de las elecciones en que participé desde 1983, voté por lo que yo entendía que eran los intereses de los más necesitados. Pero te diría que ahora estamos esperanzados, en Desarrollo Social están haciendo las cosas bien.

-¿Qué sabe hoy de la sociedad argentina que no conocía?
-Confirmé la gran discriminación que hay y la fragmentación. El argentino siempre habla como despectivamente del otro. Hay racismo en la soicedad argentina, es fuerte la palabra, pero es así. Me sorprende y me duele. Hay mucha discriminación, contra los pobres, los negros, los paragua, los bolita. Está como tapada, o peor, está como incorporada en la vida cotidiana.

-Habló de fragmentación...
-Sí, yo te diría, que levanten la mano todos los argentinos que condenan que se mate a un piquetero, pero también que se mate a un policía, o a un militar, a un rabino, a un sacerdote, a una monja, a un delincuente. No sé cuántos argentinos lo harían.

-¿Está de acuerdo con que se baje la edad de imputabilidad a los menores?
-Ah, bueno, yo no firmé.

-¿Qué cosa no firmó?
-El petitorio de la Cruzada Axel.

-¿No lo firmó?
-No, y acompaño con toda mi solidaridad a cualquier persona a la que le maten un hijo, pero aun comprendiendo a todos los que sufren la inseguridad, porque todos tenemos miedo... hay límites. La mano dura es una medida nacida del miedo, y además, cuantas más barreras les ponés a los otros, más los alejás de la integración, y bueno, tarde o temprano hablarán un idioma cada vez más distinto, tendrán valores distintos también y volverán la crisis y el impacto. Pero es un mecanismo al que la clase media y media alta, a la que pertenezco, no puede renunciar.

-¿Qué mecanismo?
-El de apartar, apartar y sacarse de encima a los diferentes. Ya tuvimos 30.000 desaparecidos, no se puede seguir con eso de "que los maten a todos". Aunque en eso la sociedad también está fragmentada.

-¿A qué se refiere?
--A mí me impresiona que hasta la defensa por la vida esté dividida ideológicamente. Por ejemplo, la doctrina de "bajen menores" (remeda el tradicional saludo nazi con el brazo derecho en alto), que siempre serán menores pobres. En general, a mis amigos de centro derecha les preocupa la vida de los embriones, pero después no les interesa el chico desnutrido o están con la mano dura. Mis amigos progresistas, que están en contra de la baja en la ley de imputabilidad, no reflexionan seriamente sobre la vida que hay en el embrión. A mí me interesa la vida en toda su trayectoria. Hay muchas maneras de ser autoritario. Ahora los argentinos parecen estar a favor de la eutanasia, así lo muestran las últimas encuestas, sin embargo, los pacientes terminales que he visto querían vivir a toda costa. Yo siento que en eso la sociedad también está fragmentada.

-¿Por qué?
-Porque me parece que no siempre se tiene en cuenta, en el debate tan ideologizado que hay, que estamos hablando de la vida de seres humanos. De todos modos, para aquella mujer que en su tragedia individual, que también es una tragedia social, toma esa determinación, mi solidaridad absoluta y definitiva. Punto y aparte. Con ese embrión que pudo ser y no fue, toda mi solidaridad también. No enjuicio, cero condena, solidaridad total, pero solidaridad con todos: con el de la eutanasia, con la madre que aborta, con el embrión, porque yo hubiera querido que el mundo estuviera hecho para que toda mujer pudiera decidir cuándo y cómo tener sus hijos y tenerlos bien. A mí me da un vértigo eso de que en distintos momentos de la historia la humanidad fue sobre los otros y dijo, estos sí, estos no, y pasó la zaranda. Sucedió con los judíos, los gitanos, los indios, y hoy lo veo así respecto de los pobres, pero también respecto de la vida que ya está latiendo en el vientre materno.

Por Carolina Arenes para  La Nación- 31/03/2011 (fragmento)

 
El perfil Misionero en la UBA
Juan Carr tiene 43 años, está casado desde 1988 y es padre de cinco hijos. Realizó sus estudios secundarios en el colegio San Gabriel, de Vicente López. Estudió veterinaria en la Universidad de Buenos Aires. Allí formó el primer grupo misionero de la UBA. También es profesor de biología.
Aficionado a la música
Tiene una especial afición por la música. Toca la armónica, la quena, la guitarra y está aprendiendo a tocar el bandoneón. Su sueño es tocar la flauta traversa. Otro de sus hobbies es el fútbol.

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